domingo, 18 de octubre de 2015

Que nos lleva a entregarnos en manos de otra alma.

Que se contrae en nosotros desde el velo del Amor. Que estrangula y pervierte nuestra esencia hasta el punto de inflexión.
Qué aquello que cede y se rompe hasta que el corazón que late, se desvirtúa de su sonido emitiendo soplos de música extinta.

Si mi llama a de sucumbir a su luz, y a su fuerza, por latir en simetría con la tuya, renuncio a ello.
Si mi fuego ha de menguar para alimentar así el tuyo, gracias, pero me aparto con el viento.
Si mi esencia ha de perder su olor, por embriagarse con el tuyo, cedo mi lugar.

El Amor nos lleva a la expansión, a la apertura del todo, a través de nosotros.
Eleva las Almas, alimenta el aliento que emanas, cual vapor dorado y rojizo, desde las entrañas del puro sol. Ese sol de vida, que utiliza todo el potencial de sus rayos, recreando su vida en nuestro interior.

Y la vida, llama a vida. y en su tránsito, ondea, nutre, transforma su contenido hasta la fase de evolución, en la muerte. Mas dicha muerte, llega a su paso y por su propio pie, lejos de hacer decrecer una llama por apetencias y necesidades superfluas infundadas de mano de un ego hambriento. Llega armónica igual que la noche, bailando con el día de mano del ocaso.

La naturaleza nos muestra los tiempos de sus ciclos. Tiempos transitados desde el respeto y la armonía.
Podemos adoptar sus virtudes en nuestras relaciones. Amándonos al son de nuestros tiempos. Mirando pacientemente en los ojos del acompañante que tanto nos ha de mostrar. Ese brillo reflejado en sus ojos, es un reflejo de nuestro propio amanecer.
Nuestro aprendizaje son los tiempos, los ritmos de una música sin necesidad de eclipsar ninguna nota.
Unificadas en amor, toda nota acompaña a la siguiente, en un acorde sonado en algún tiempo espacio de la vida. Respetemos cada una de esas notas, al igual que la nuestra propia.

No sabemos cuando nuestro sonido, se vera reforzado por otro que escuchemos al pasar. Solo nos queda escuchar.

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